Miguel Ángel Bastenier, 19/3/2013.- Barack Obama llega hoy a Israel-Palestina después de que sus portavoces bajaran cuidadosamente las expectativas sobre el conflicto, para apuntar, en cambio, hacia la reyerta con Irán. ¿Por qué viaja el presidente norteamericano al comienzo de su segundo mandato, cuando por no poder optar ya a reelección se supone que tendría las manos más libres para actuar?
Porque un presidente de EE UU no puede aplazar indefinidamente la visita a su más íntimo aliado y no lo había hecho todavía; porque no tiene ni asomo de plan de paz que comunicar al mundo; porque considera que cualquier iniciativa de paz debe proceder de los interesados, con lo que evoca al secretario de Estado de Bush padre, James Baker III, cuando le dijo al primer ministro israelí Isaac Shamir que le llamara —adjuntando el número de la Casa Blanca— cuando tuviera algo que proponer; porque entrevistándose con Mahmud Abbas pretende darle un poco de aire al presidente palestino en su eterno careo con Hamás, y así ratificar que Washington sigue defendiendo la solución de los dos Estados. Pero hasta la mayor inacción, cuando proviene de un actor imprescindible como EE UU, tiene consecuencias autónomas.
Y esas modestas preocupaciones presidenciales sirven perfectamente a los intereses del jefe de gobierno israelí, Benjamín Netanyahu, que apenas ha podido formar gobierno sin ultraortodoxos, con cinco partidos que reúnen 68 escaños en un parlamento de 120, y apenas tienen en común la parálisis total ante el contencioso palestino. El statu quo es por ello lo mejor que el jefe del Likud podría pedir. Gracias a la colaboración de la Autoridad Palestina reina una relativa calma en los territorios ocupados; el aislamiento internacional que pueda sufrir Israel es plenamente soportable, mientras cuente con el apoyo norteamericano y mantenga excelentes relaciones comerciales con la UE, que le permiten reexportar como propios productos del campo palestino; y mientras Abbas no amague con llevar a Israel ante el tribunal de La Haya, el reciente ingreso de Palestina como observador en la ONU no supondrá problema alguno. La jugada del líder de la Autoridad Palestina como protesta por la virtual defunción del proceso de Oslo, así como una especie de réplica casera de la Primavera Árabe, es solo un placebo.
El núcleo de la coalición lo siguen formando el Likud de Netanyahu e Israel Beiteinu de Avigdor Lieberman, que retienen Exteriores, Interior y Defensa, pero los grandes hacedores de reyes son los colonos. Uri Ariel, expresidente del Consejo de Asentamientos, dirigente de Barit Yehudi, y mortalmente opuesto a cualquier negociación con los palestinos, es el nuevo ministro de la Vivienda, al tiempo que Netanyahu anuncia su propósito de situar a un millón de colonos en los territorios ocupados, contra el medio millón hoy establecido. Y para cerrar el círculo, Yair Lapid, líder del partido laico Yesh Atid, asume la cartera de Finanzas instalado en la más completa indiferencia ante el proceso de paz.
La distracción iraní lleva probablemente incorporado algún precio que Netanyahu preferiría no pagar, como la garantía de que en los próximos meses no atacará Irán para destruir su industria nuclear —presuntamente inclinada a la fabricación de armamento atómico— mientras EE UU entienda que hay margen para que actúe la diplomacia. El hecho de que Obama asegurara la semana pasada que faltaba al menos un año para que Teherán estuviera en condiciones de fabricar la bomba, hace pensar que ese es el plazo mínimo de espera que pide a Israel. Pero, afinando un poco más, ni Irán ni EE UU se apresurarán a poner sus últimas propuestas sobre la mesa antes de junio, con la celebración de elecciones presidenciales en el país de los ayatolás. Pero ni siquiera en este terreno los palestinos tienen que ganar.
Aunque no se hable de Oriente Próximo, el conflicto no dejará de estar en la mente de todos. Netanyahu amueblará su impaciente espera aprobando asentamientos, lo que hará aún menos probable una reanudación de las negociaciones; Mahmud Abbas se verá presionado por su opinión para hacer algo, quizá en dirección a La Haya; el Hamastán terrorista de Gaza podría violar la tregua acordada el pasado 21 de noviembre y lanzar su cohetería contra las ciudades israelíes, con las devastadoras represalias que Jerusalén acostumbra; e Irán, si alberga dudas, puede llegar a la conclusión de que solo el arma nuclear es garantía para el futuro.
Por todo ello es imposible no tratar el contencioso de Palestina; porque aun callando se agrava el conflicto.
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