Estimado Sr. Muñoz Molina:
He leído sus declaraciones en las que confirma su intención de asistir a Jerusalén para recibir el premio que lleva el nombre de la ciudad . Por supuesto, es libre de obrar como mejor le parezca y de considerar que su participación en la ceremonia de entrega redundará en el entendimiento entre los pueblos y que, por lo mismo, no se puede boicotear a un pueblo ni una sociedad, plural y con voces discordantes en un sentido u otro, en su conjunto. Le daría plenamente la razón si no fuera porque el permio Jerusalén no es un galardón concedido por la sociedad civil, un grupo de particulares sin implicación en la labor de representatividad del estado de Israel o una asociación cívica u organización no gubernamental; este premio, como usted bien sabe, tiene carácter oficial, está financiado con fondos públicos (del estado de Israel) y representa, quiera usted o no, el punto de vista de la municipalidad de Jersualén, la cual, como usted bien sabe, promueve una política de asentamientos y expansión que conculca, de manera evidente, los derechos de los ciudadanos palestinos, habitantes originarios de buena parte del área metropolitana de Jerusalén y sus alrededores, por mucho que un porcentaje muy elevado haya sido expulsado de sus hogares y que la propaganda sionista ponga en duda la condición de propietarios primeros de muchos de ellos o disfrace la política sistemática de confiscación y expulsión con eufemismos y fábulas de todo signo. Este premio, pues, no contribuye al entendimiento entre los pueblos ni favorece un debate sosegado y plural sobre la política de discriminación articulada por el estado de Israel hacia la población palestina. Tampoco representa siquiera la pluralidad de voces y opiniones existentes en el seno de la sociedad israelí; más bien, refleja el posicionamiento de unas autoridades que no han demostrado, usted bien lo sabe, predisposición ninguna a dialogar sobre la flagrante situación de injusticia que padece Palestina. De hecho, no conocemos a ningún intelectual occidental, de los que han mantenido una actitud abiertamente crítica hacia el estado de Israel, que haya sido distinguido con el premio; y algunos, como su antecesor, el británico Ian McEwan, el cual criticó de forma explícita la política de asentamientos y la discriminación ejercida sobre los palestinos, al tiempo que lamentaba el “nihilismo” de las dos partes, poniendo de este modo al ocupado y el ocupante en el mismo nivel de “responsabilidad”, hubieron de ver cómo su presencia era utilizada por el alcalde de Jerusalén para comparar la pulsión de respeto y fomento de las libertades individuales apreciables en los libros de McEwan, virtud que, según parece, valora en sumo grado la comisión que falla el premio, para encomiar “la tolerancia que nosotros practicamos en Jerusalén”.
No lo olvide: se fotografiará usted con personas que representan a las instituciones de un estado, incluido el presidente, que no respeta los derechos humanos ni la legalidad internacional. Y no se equivoque: yendo allí no ayudará a colocar en un contexto de crítica y debate saludables la situación de millones de palestinos privados de sus derechos básicos; al contrario, contribuirá a reforzar las tesis de un régimen, el de Tel Aviv, que disfruta de un poder de acción y decisión en la región de Oriente Medio que difícilmente justifica su supuesta condición de estado cercado o sometido a amenazas permanentes. Más bien habría que hablar de la vulnerabilidad de palestinos y árabes ante la formidable maquinaria militar de Israel y el apoyo incondicional de las potencias occidentales.
Y lo que más nos duele a nosotros como gente que tratamos de leer, pensar y reflexionar sobre lo que nos rodea, sobre nosotros mismos, sobre valores tan humanos como la libertad y el respeto mutuo: ver a intelectuales como usted, cuyas palabras y actuaciones no dejan de tener eco mediático, utilizar argumentos inconexos e irreales para justificar lo que, si se tiene una visión de solidaridad y compromiso con los débiles, los oprimidos y los vilipendidados, difícilmente puede justificarse.
Una última petición, dando por hecho que no ceja en su intención de acudir a Jerusalén: no abuse de los recursos retóricos y las matizaciones terminológicas. Los particulares y organizaciones que le hemos solicitado que reconsidere su decisión distinguimos perfectamente entre judíos, Israel y sionismo. Estamos ante un caso de violación de los derechos humanos, no disquisiciones confesionales o étnicas que, al cabo, únicamente sirven para que algunos desvíen la atención de lo que verdaderamente debería importar con sutiles y capciosas cortinas de humo.
No deberían ser tiempos de sutilezas sino de obrar con consecuencia y honradez. Si usted es partidario del sionismo o cree que, pese a todo, hay que “comprender” lo que hace Israel porque, queramos o no, representa un manantial de libertad y conciencia creativa, dígalo. Mas déjenos de retruécanos. Desprecie u obvie los escritos que, como este, le piden que reflexione pero absténgase de decirnos cosas extrañas y un tanto pintorescas.
Buen viaje a Palestina. Millones de personas que nacieron allí no pueden hacerlo. Acuérdese de ellos al menos, un instante nomás, cuando el Sr. Nir Barkat le estreche con ardor sus manos y proclame al mundo libre que las calles de Jerusalén componen un hermoso ejemplo de tolerancia, igualdad y amor por la humanidad.
Suyo atentamente,
Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita, profesor titular de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid