–¿Cómo se enmarca la tensión actual en Jerusalén y Cisjordania con los ataques con cuchillos y la expulsión de palestinos en Jerusalén Oriental?
–Hay un avance claro de Israel sobre todo el territorio palestino. La resolución de la ONU de 1948 que creó el Estado de Israel establece también la creación del Estado de Palestina, cuestión que sistemáticamente Israel ha venido bloqueando hasta la fecha; inclusive en los acuerdos de Oslo de 1994, con la garantía de Estados Unidos bajo la presidencia de Bill Clinton, lo establece. Ya pasaron más veinte años y en Palestina no ha podido desarrollarse casi nada por el bloqueo sistemático de Israel, que no sólo no respetó el acuerdo sino que ha ido avanzando con colonias dentro de Palestina sin respetar la resolución de 1948 ni los acuerdos de Oslo. Aumentan los períodos de colonización, las intervenciones militares y acciones como son las que se ven en los medios de comunicación, que ante cualquier involucramiento de algún poblador palestino en acciones contra la población de Israel, el Ejército va y destruye la casa y la población palestina, con demoliciones y demás, que luego quedan bajo el control del Ejército de Israel.
El último conflicto entre Israel y Hamas, en julio del 2014 en Gaza, sigue teniendo graves consecuencias humanitarias. La reconstrucción tras los bombardeos es mínima.
–¿Existe una discriminación racial a los árabes en la ciudad?
–La resolución de 1948 establece que Jerusalén (como capital histórica de Palestina) debía ser un espacio de control extraestatal que no iba a pertenecer ni a Israel ni a Palestina, pero luego de la guerra de 1967 el gobierno israelí lo ocupó y tomó como capital propia. Tiene el control efectivo del lugar. Desde entonces los palestinos se ven condicionados en sus barrios: no pueden construir nuevas viviendas ni las pueden modificar; les han trasladado cementerios para construir una villa con edificios modernos. Están en situación de asedio y de pérdida de territorio de las organizaciones que son de origen palestino. Y la discriminación es estructural.
–¿Y cómo se manifiesta en lo político?
–Hay sociólogos israelíes, como Ilan Pappé, que ha tenido que exiliarse por sus posturas, que dicen que Israel no es una democracia sino una "etnocracia" porque el Estado de Israel, de un origen hecho de un mosaico de personas que ha traído de diversas partes del mundo, le niega el derecho a la tierra y a la ciudadanía a aquellos palestinos que se quedaron en territorio de Israel. Hay un 20 ó 30% de la población judía en Israel que es de origen palestino que son apátridas: no pueden votar ni tienen ciudadanía, es un Estado a base de un principio étnico. Ejemplo: cualquier persona judía en cualquier parte del mundo que es ciudadano, como en Argentina, puede votar; alguien de origen palestino que su familia vive hace 2.000 años en Israel no puede votar por sus orígenes. El criterio por el cual tiene derechos políticos o no es de carácter étnico.
–¿Qué rol cumplen los planes de colonización en Jerusalén y Cisjordania?
–Mientras Israel da vueltas a las negociaciones a nivel internacional, en la práctica se desarrollan territorios, colonizaciones que traen a personas de cualquier parte del mundo y desplazan a los habitantes ancestrales. Estas colonizaciones aumentaron en forma permanente, no sólo en las áreas en conflicto sino en áreas propiamente palestinas que son Cisjordania, que según todos los acuerdos internacionales reconocen como parte del nuevo Estado palestino. Hay colonizaciones que son como islas que se establecen dentro de la población palestina, las rodean de muros y establecen carreteras que son sólo para uso israelí en pleno territorio palestino. Todas esas colonias son financiadas y subsidiadas por el Estado israelí y protegidas por el Ejército. En muchos casos, con estos conflictos de choques de población palestina y población israelí, aparecen en estas áreas nuevos colonos; además para esas colonias buscan colonos de religión judía más ortodoxos y más agresivos. Por ejemplo, hace poco un caso de un colono que atacó a una familia palestina y mató a un bebé y al padre; venía de una familia de la ex Unión Soviética inmigrante y atacó a una familia que hace siglos vive ahí...
Rolando Bel destacó como un avance el reconocimiento de Palestina como Estado observador en la ONU.
–¿Hay un rebelión de los palestinos más jóvenes contra el liderazgo de Abbas, por sus problemas internos y poca eficacia en los reclamos?
–Palestina no tiene una constitución institucional política reconocida y hasta hace poco tiempo había dos grupos: uno liderado por la histórica OLP encabezada por Al Fatah de Yasser Arafat hasta su muerte, más laico, y otro grupo de origen islamista, más religioso, el Hamas. Ambos habían sido elegidos democráticamente en elecciones. Hoy hay más de cuarenta organizaciones de jóvenes que cuestionan ambos liderazgos, en parte porque no han logrado construir una unidad –el hecho de ir divididos muestra una situación híbrida, Al Fatah controla Cisjordania y Hamas controla Gaza; esto no contribuyó a la construcción del Estado– y por otro lado por un recambio generacional. Los jóvenes impugnan lo que consideran la política tradicional por motivos muy diversos: hay organizaciones que consideran que Al Fatah fue demasiado negociadora con Israel y Estados Unidos, hay organizaciones de jóvenes en Hamas que consideran que hay que buscar otro tipo de estrategia que no sea la confrontación con el Ejército israelí, o sea que hay una disidencia y un inconformismo joven. La población palestina es muy joven, no va más allá de los treinta años en general, y tiene dificultades para estudiar, para movilizarse para trabajar y ve que los liderazgos tradicionales no los contienen, hay como una forma de resistencia.
–¿Estamos a las puertas de una tercera intifada, tras esta ola de ataques con cuchillos y represalias israelíes con desalojos de palestinos? ¿Qué características puede llegar a tener?
–No se puede comparar con una intifada, por el momento no. Hay enojo, frustración, pero las intifadas fueron siempre movimientos más masivos. Hay mucha bronca que quizás pudiera generar una intifada; hay hastío y mucha bronca de la población palestina, pero han sido más bien movilizaciones de descontento de sectores generacionales. Las intifadas no fueron direccionadas, ninguna de las dos. Es una rebelión adolescente, juvenil ante un sistema que los asfixia, donde los jóvenes no tienen nada que perder. Es el ícono de ese niño atacando con una piedra a un tanque...
El debate sobre genocidio
–Ustedes, en la cátedra Edward Said, ¿plantean lo que ocurre hoy en Cisjordania y Gaza puede equipararse a un nuevo genocidio?
–La ONU y diversas convenciones de derechos humanos tienen una serie de criterios para definir lo que es un genocidio. No son hechos absolutos sino que tienen diferentes etapas. Parte de estas etapas son el no reconocimiento de derechos de un pueblo, comunidad, grupo de género político y una serie de políticas que apuntan a la pérdida de identidad, de recursos naturales, privación de estatus, etc. Como analistas, vemos que debido a la política de Israel en los últimos 50 ó 60 años los palestinos tienen menos territorio, tienen acceso de agua restringido, entre otros. Gaza es una ciudad que da contra el mar, pero no puede acceder a este recurso, desarrollar actividad turística o pesca porque está minado. La ciudad está bloqueada, rodeada: es como una gran cárcel a cielo abierto, un espacio similar a la ciudad de Neuquén donde viven 1,5 millones de personas. Tiene su infraestructura deteriorada, depende de la ayuda externa, no puede desarrollar actividad económica. En cierta medida Gaza es como un campo de concentración, un gueto donde los palestinos no pueden ni entrar ni salir y viven en condiciones de cortes constantes de luz, electricidad y de agua; toda mercadería que ingresa es requisada por Israel, con bloqueo de desplazamiento; es una situación de encarcelamiento. A Gaza, el Estado de Israel lo ha convertido en un gueto. Es una situación violenta para una población como la israelí, que sufrió en carne propia los guetos a lo largo de la historia.
–¿Hay algún indicio de que la comunidad internacional pueda llegar a hacer algo para detener la escalada?
–La comunidad internacional podría detener esto solamente haciendo respetar las resoluciones de la ONU que sistemáticamente Israel no ha respetado. Israel es el Estado que más ha violentado las resoluciones de la ONU, si hubiera respetado los acuerdos de 1948 a la fecha habría solución para el problema palestino. Israel no las cumplimenta y tampoco es castigado, tiene impunidad. Hay un avance desde que se comienza a reconocer la posibilidad de que Palestina sea reconocido institucionalmente como un Estado, al menos como observador de la ONU: esto le permite a Palestina abrir causas por violentar los derechos humanos. Si se plantean los crímenes de guerra de lesa humanidad por parte de Israel, es un avance que puede dar la comunidad internacional, aunque lo ideal sería que se respetaran las resoluciones de 1948 a la fecha.
–¿Cómo ve la actitud de Latinoamérica y Argentina en particular en todo este proceso?
–América Latina ha tenido una política consecuente hacia el apoyo al Estado Palestino; desde la década del 50 al presente se ha incrementado. A excepción de Panamá, casi toda América Latina reconoce a Palestina como Estado y hasta el año pasado había diez países con embajadores palestinos en su territorio. Acá hay matices: desde países que denuncian los atropellos del Estado israelí pero tienen relación a otros que no tienen relación con el Estado israelí, como Cuba y de Venezuela, que lo han cortado. Argentina y Brasil tienen un planteo crítico hacia lo que hace el Estado israelí pero mantienen las embajadas. Argentina tiene una situación compleja. Tiene la mayor comunidad de origen judío en América Latina, con mucha presencia política en el país y que sufrió dos atentados: entonces es una relación compleja porque apoya en general la política de autonomía y constitución estatal palestina, a la vez con un peso de comunidad judía alto con un Estado que no pudo resolver aún esos crímenes contra la comunidad en el país.