(Publicado en The Guardian, 5 abril 2013) El escritor escocés Iain Banks, autor de novelas como 'La fábrica de avispas', 'Una canción de piedra' y 'Cómplice', explica en este artículo publicado en The Guardian, por qué, en 2010, decidió que sus novelas no fueran publicadas en Israel. Anunció la misma semana que padece un cáncer de vesícula muy grave, y que sólo le han dado algunos meses de vida.
Apoyo la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) contra Israel porqueen estemundo en el que estamos todos conectados los unos con los otros, de forma casi instantánea, una injusticia cometida contra alguien o contra un grupo de personas, es una injusticia cometida contra todos, contra cada uno de nosotros. Es un ataque sufrido colectivamente.
Mi razón particular para participar en el boicot cultural contra Israel es, en primer lugar, que puedo hacerlo. Soy un escritor, un novelista y mis trabajos en general se venden en el mercado internacional, lo que me confiere un grado de poder extra sobre mi estatuto de ciudadano y consumidor británico. En segundo lugar, considero que siempre que uno quiere denunciar algo, debe ser preciso y golpear donde duele. En este sentido, el boicot deportivo lanzado contra Sudáfrica cuando ésta era gobernada por un régimen de Apartheid, tuvo un impacto considerable porque la minoría Afrikáner gobernante había apostado fuertemente por el deporte. El rugby y el cricket les importaban especialmente, y la excelente posición que en general ocupaban sus equipos en las clasificaciones de las ligas internacionales, les producía un gran orgullo. Cuando fueron aislados en el campo deportivo –como parte de un boicot cultural y económico más amplio- se les obligó de una forma mucho más persuasiva, a enfrentarse a su propia ilegalidad.
Comparándolo con el que se aplicó a Sudáfrica, el boicot deportivo contra Israel no supone en principio un golpe tan duro a su autoestima. A cambio, un boicot intelectual y cultural podría hacer la diferencia, especialmente ahora que los acontecimientos de la Primavera Árabe y las repercusiones del ataque contra la Flotilla de la Libertad han mermado la confianza que Israel tenía en la colaboración de Egipto para contener la Franja de Gaza, y en la voluntad de Turquía de simpatizar con ellos. Al sentirse cada vez más aislado, Israel es también más vulnerable ante la evidencia de que se le percibe como un estado que,al igual que lo fue el régimen racista de Suráfrica (al que Israel apoyó en el pasado y con el que siguió colaborando a pesar del boicot internacional), el estado sionista está fuera de la legalidad.
Como escritor, pude jugar un pequeño papel en la campaña de boicot cultural contra Sudáfrica, y garantizar que mis novelas no se vendieran más allí, dando término a un contrato que incluía el país africano. Calculé aproximadamente los beneficios que había cobrado anualmente por derechos de autor y mandé su equivalente al Congreso Nacional Africano.
En 2010, después del ataque israelí en aguas internacionales contra el barco turco que viajaba rumbo a Gaza, también di instrucciones a mi agente de dejar de vender los derechos de mis novelas a editores israelíes. Mi pareja y yo no compramos productos ni alimentos de origen israelí y trato de apoyar los productos fabricados o cultivados por productores y productoras palestinos siempre que puedo. No me parece mucho esfuerzo, pero tampoco me siento completamente satisfecho. En ocasiones, he llegado a pensar que formo parte de una especie de castigo colectivo, y eso aunque la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones se dirige por definición contra el Estado israelí, y no contra su población. Éste es justamente uno de los crímenes más graves de los que hay que acusar al estado de Israel: se dedica a castigar colectivamente a los palestinos y palestinas que residen en Israel, en los Territorios Palestinos Ocupados y especialmente, a las familias confinadas en esa gran prisión que es Gaza. Y el problema es que, como se ha demostrado, el diálogo constructivo y los argumentos razonados no han funcionado, y lo único que nos queda hoy en día para poner fin a estos castigos colectivos israelíes contra la población palestina, es el arma, relativamente “cruda”, del boicot.
Siempre he respetado y admirado los logros de los judíos. Probablemente han contribuido más a la civilización mundial que los escoceses, aunque nosotros, los caledonios, solemos defender muy bien nuestras reducidas pero influentes aportaciones y nuestro estatus. Siempre he sentido simpatía por el sufrimiento que las personas judías experimentaron, especialmente en los años previos y durante la II Guerra Mundial y el Holocausto. Siempre me sentiré incómodo al participar en una campaña que podría ser interpretada como dirigida contra esta comunidad–incluso si esta versión tan sólo es defendida por la máquina propagandística israelí. Pero se sabe muy bien que el estado de Israel y los judíos no son sinónimos. Israel y quienes hacen su apología no pueden siempre salirse con la suya, y si van a alegar, en un ejercicio intelectual bastante histérico, que toda crítica de la política interna o externa israelí es una manifestación de antisemitismo, tendrán que aceptar que esa pretendida -y falsa- equiparación no puede impedir que lo que ellos proclaman ser un ataque contra los judíos, constituya una condena de Israel.
La tragedia particular del tratamiento que Israel da al pueblo palestino, es que nadie haya aprendido nada del pasado. Israel se creó como parte de un intento tardío y culpable de la comunidad internacional de resarcir su complicidad en el catastrófico crimen del Holocausto, o por lo menos, su incapacidad para evitarlo. Entre todos los pueblos, el judío debería saber cómo se siente al ser perseguido en masa, castigado colectivamente y tratado de forma inhumana.
Para el Estado israelí y el colectivo de extraños compañeros de cama que en el mundo lo apoyan de manera tan indiscriminada, seguir tratando de forma inhumana al pueblo palestino –brutalmente forzado a abandonar su tierra en 1948 y todavía asediado hoy en día-, y negándose a admitir que una injusticia siempre es una injusticia, independientemente de contra quien se comete y, sobre todo, de quién la comete, constituyen una de las inequidades que definen nuestra época y que demuestran lo residual que la inteligencia moral de nuestra especie llega a ser. La solución a la desposesión y persecución de un pueblo nunca puede ser la desposesión y persecución de otro pueblo. Cuando lo hacemos, o cuando participamos de este proceso, incluso cuando lo único que hacemos es permitir que esto ocurra sin emitir crítica ni resistencia, contribuimos a que haya en el futuro, más injusticia, más opresión, más intolerancia, más crueldad y más violencia.
Deberíamos considerarnos como tribus dentro de una sola especie. El quedarnos silenciosos ante las injusticias infringidas sobre algún grupo de nuestra especie, el abstenerse de combatir a aquellos que acumulan más errores sobre los anteriores, hace que, efectivamente, ejerzamos un castigo colectivo contra el conjunto de la especie, contra todos nosotros.
El BDS, cuyo objetivo es una solución justa para el pueblo palestino, es una campaña que cualquier persona decente y abierta de mente apoyaría, al menos eso espero. Judío o no, conservador o de izquierdas, no importa quién seas o cómo te consideres, el pueblo palestino es nuestra gente, y durante demasiado tiempo, hemos dada la espalda de manera colectiva a su sufrimiento.