Joan Cañete Bayle, 19/11/2014.- Que la vida de un israelí no vale lo mismo que la de un palestino es una dinámica harto conocida en el llamado conflicto palestino-israelí, sobre la cual, por su obviedad, no es necesario extenderse demasiado. De creer al discurso oficial y mayoritario en medios periodísticos y políticos, israelíes y palestinos se encuentran enzarzados de nuevo en una de sus periódicas espirales de violencia, esta vez, nos alertan, teñida de enfrentamiento religioso: se pelean por la Explanada de las Mezquitas (así, en plural, los dos a la vez, con idéntico derecho e idénticas agresiones) y las sinagogas son atacadas (así, en plural, también). Como es habitual, la espiral de violencia sólo se decreta estallada en el discurso político y mediático mayoritario cuando hay víctimas israelíes. Estas espirales son arrebatos sin causas y con terribles consecuencias para el proceso de paz. La realidad, claro, es otra: la espiral de violencia no es más que la punta del iceberg de las distintas espirales de diferentes violencias a las que a diario la ocupación (y los ocupantes) someten a los ocupados.
Resulta casi inevitable pronunciar la palabra Intifada al ver las imágenes del ataque a la sinagoga. Hay ecos de Intifada, por supuesto, en la sucesión de actos violentos, en los disturbios, en las detenciones de palestinos, en los controles policiales que Binyamin Netanyahu anuncia que endurecerá en Jerusalén Este (con más policía a mano, los disturbios no harán más que aumentar, represión que llama a ataques que llaman a represión que llama a ataques). De todas formas, entre el eco y el grito auténtico hay un largo trecho; una reyerta a navajazos (y eso es lo que ha habido hasta ahora en términos globales, sin olvidar nunca el dolor de las víctimas) no es la continuación de la política por otros medios, es sangre, dolor y muerte a nivel de calle.
Buscar tantas comparaciones con la segunda Intifada hace perder de vista los elementos nuevos de la violencia de violencias que estamos presenciando, anunciada desde los calores del verano. Por ejemplo, que a la violencia organizada y estructurada que Israel practica desde hace décadas se le ha unido otra, que hasta hace poco era más esporádica y menos organizada y que sin embargo cada vez es más frecuente y peligrosa: la de los colonos que vociferan ‘Muerte a los árabes’, la de los que quemaron vivo a Mohammed Abu Khdeir, la de unos extremistas que recorren de noche las calles de la ciudad vieja de Jerusalén henchidos de impunidad, versos libres del proyecto sionista, más allá del control, ritmo y en ocasiones intereses del Estado que los creó, ampara y protege. En Cisjordania (los propietarios de campos de olivos lo saben bien, por ejemplo) los colonos campan a sus anchas desde hace años. Ahora Jerusalén es su nuevo campo de acción, con parecida impunidad (aunque una resonancia mucho mayor). Del lado palestino, sin un liderazgo digno de tal nombre al que recurrir, la violencia es más visceral, cuchilladas, atropellamientos, asaltos a tiros.
Hay odio a pie de calle en Jerusalén, odio que se mezcla con el resentimiento, la humillación, el racismo, la desesperanza, el supremacionismo, la impunidad. El cóctel es explosivo, porque en contra de lo que vergonzosamente difunden los que promueven partidos de fútbol por la paz, esto no ha ido nunca de odio y racismo a flor de piel, sino de conquistadores, conquistados, ocupantes, ocupados, colonizadores, colonizados. Palestinos e israelíes se hablan continuamente, a todos los niveles, todos los días, como prueba el hecho de que hay palestinos (como el del hombre que, según la policía, se suicidó esta semana, que fue ahorcado por colonos según su familia) que conducen autobuses de Jerusalén. Que hubiera racismo (implícito siempre en el colonialismo) no quiere decir que este fuera un conflicto racista. Si esto fuera una cosa de sentimientos de odio a flor de piel, hace tiempo que los viernes por la tarde los ultraortodoxos no desfilarían hasta el Muro de las Lamentaciones por la puerta de Damasco. De la misma forma, de conflicto religioso, poco o casi nada: Baruch Goldstein cometió la masacre de Hebrón no porque los congregados del templo fueran musulmanes, sino palestinos. Esto va, sigue yendo, de ocupantes y ocupados. Como escribe Amira Hass, “A synagogue during morning prayers is a convenient target – not because it’s a house of prayer, but because it’s full of people who are undoubtedly members of the occupying nation” Lo cual no quita que esta violencia callejera, que empezó este verano con el asesinato de los tres jóvenes colonos en Hebrón y el de Mohammed Abu Khdeir en Shuafat (lo quemaron vivo), sea muy peligrosa, potencialmente explosiva y, por su misma naturaleza, muy difícil de frenar (en caso de que alguien esté interesada en frenarla, claro).
El asalto a la sinagoga, como suele, sirve para presentar otra vez a los palestinos como unos terroristas salvajes en ese discurso mediático y político mayoritario del que hablábamos antes. Una salvajada lo es, sin duda, como lo es quemar vivo a un adolescente o sentarse en una silla en una colina a ver cómo tu Ejército bombardea la zona más densamente poblada del mundo (doble salvajada, en este caso, por acción y por visión). La cumbre de la civilización, sin duda, debe de ser un sistema de ¿Justicia? que contempla destruir las casas de las familias de los autores de un acto de violencia (todos ellos previamente abatidos en el lugar de los hechos), una idea de cuya paternidad Ariel Sharon se enorgullece en su autobiografía. Esa es una, sólo una, de las espirales de violencias que lleva a esta espiral de violencia. Hay muchas más, hemos convenido en resumirlas bajo el nombre de ocupación.
PD: Me da mucha pereza escribir sobre el reconocimiento de Palestina por parte del Parlamento español (y de otros países europeos). Entiendo la alegría de muchos, pero el tiempo para Estado palestino (viable, se entiende, un Estado se crea en dos días) se agotó, es imposible, y su misma idea no sirve como referente diplomático ni negociador. Las votaciones sólo sirven para apuntalar a un muerto viviente, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y su presidente, Mahmud Abbás, cuando el paradigma sobre el terreno es otro. Por eso los países europeos votan sí, cuando ya no importa, cuando ya da igual, es la típica cobardía europea, totalmente desacreditada en la zona. Lo que más me gusta es ese fabuloso argumento de que estos reconocimientos simbólicos (es decir, inútiles porque las cancillerías europeas no pasarán de aquí) son la forma con la que la UE aspira a cambiar la dinámica del conflicto antes de que sea demasiado tarde. Demasiado tarde, ¿para qué? ¿Para quién? ¿Para la paz (y en ese caso, qué paz)? ¿Para Israel? ¿Para la ANP? ¿Para Mahmud Abbás? ¿Para la visión de los dos Estados? ¿Para que Shimon Peres gane otro Nobel de la paz? No es que sea demasiado tarde, es que estamos en otro mundo totalmente diferente.
Fuente: http://decimaavenida.wordpress.com/2014/11/19/espiral-de-violencias-jerusalen-israel-palestina/#more-546